
Bodegas Miguel Merino
Cuando eres riojano y te piden que crees algo relacionado con el vino para una bodega, es como cuando vas a Calatayud y preguntas por la Dolores.
Escapar de lo obvio es tan complicado que llegas a pensar que el propio hecho de intentar no caer en lo de siempre también es obvio.
Aromas de siglos de experiencia, crianzas, reservas y vinos de año. Todo eso solo puede encontrarse en la generosidad del vidrio soplado en un antiquísimo horno de un pueblecito francés. Trasladarse hasta allí y elegir una por una las hojas de vidrio, intentando recordar los tonos exactos de los distintos tipos de vino, es un goce para los sentidos, solo comparable con un día de vendimia bajo el cálido sol de septiembre.
Y por fin, como resultado de esa larga sabiduría, vertimos en una sencilla copa ese elixir divino que despierta nuestros sueños y alimenta nuestras esperanzas.